La semana que estuvimos en Marruecos íbamos cada día a la crèche. Mi hijo estaba tremendamente feliz, jugaba, se lo pasaba muy bien con los mayores que estaban encantados de tenerle allí.
Cuando le dijeron que se quedara a comer con ellos no dudó ni un momento, le dio al mano a uno de los chicos y me dijo: Hasta luego, me voy a comer. Luego me contó todo emocionado como había comido cous-cous ¡con las manos! Y todos, todos los niños comían cous-cous con las manos, y todos, todos los niños del mismo plato, juntos.
A la hora de cenar cogió la mano de su amigo y me dijo: Me voy a cenar.
Era ya tarda y los chicos tenían que irse a sus casas y a dormir, el día siguiente había escuela. Así que arrastrándose y refunfuñando mi hijo llegó a la verja de salida atravesando el jardín de naranjos.
-Es que mama ¡aquí están mis mejores amigos del mundo!
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